No nacimos de nuevo para seguir viviendo como antes.
Dios no nos ha dejado grises en esta cuestión. Podemos estar debatiendo un buen tiempo entre el suceso de los acontecimientos escatológicos y los dones espirituales, pero no hay nada que debatir en cuanto a cómo debemos estar viviendo. Debemos vivir como aquellos que no son de este mundo (Juan 17:16). Que han muerto al pecado (Romanos 6:2). Y que es evidente que viven solo para Dios (Gálatas 2:20).
Jesús no fue confuso en esta área, en cada oportunidad subrayó la seriedad del llamado y la radicalidad de seguirle. Dijo: “Y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí” (Mateo 10:38), “Nadie, que después de poner la mano en el arado mira atrás, es apto para el reino de Dios” (Lucas 9:62), “Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará” (Marcos 8:35).
Los apóstoles inspirados por el Espíritu Santo fueron no solo un ejemplo a imitar de vidas entregadas, ya que, salvo el apóstol Juan, todos murieron como mártires; sino que dejaron plasmado en la Escritura la importancia de una entrega radical a vivir la vida cristiana. Pablo dijo: «Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos» (2 Corintios 5:15, énfasis añadido). Pablo no solo dijo estas palabras, sino que vivió estas palabras, eran tanto un mandato para todos los creyentes como un testimonio de su propia entrega a Cristo. Su propias palabras nos hablan del costo de su llamado:
«¿Son ministros de Cristo? (Como si estuviera loco hablo.) Yo más; en trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias» (2 Corintios 11:23-28).
¿Cuales son nuestros sufrimientos por Cristo?
Me temo que los cristianos de muchas maneras amamos a este mundo más que a Dios. ¡Jamás lo diríamos con esas palabras! pero nuestra manera de vivir, nuestra agenda, nuestras prioridades, en lo que gastamos nuestro dinero, todo eso habla de dónde estamos construyendo nuestro tesoro (Mateo 6:21). Escribo esto mirando mi corazón y veo estas cosas ahí. Creo que debemos despertar a esta realidad. Y tener la valentía dada por el Espíritu Santo de poder mirar nuestro pecado a los ojos, confesarlo, pedir arrepentimiento y apartarnos de él. Hay pecados sutiles y resbaladizos que se esconden en nuestro corazón. Examinémonos con las Escrituras y en oración, pidiendo al Señor que nos muestre áreas donde debemos arrepentirnos y cambiar.
Hay un mundo que necesita a Cristo. Necesita ver la luz del evangelio. Y si nosotros no brillamos esa luz, ¿quién lo hará?.
Abrazo con todo mi corazón las doctrinas de la gracia y la soberanía de Dios. Y por eso mismo creo que necesitamos salir de nuestra comodidad y seguridad rutinaria. Nuestro futuro está asegurado en Su gracia, nuestro presente está sostenido en Su gracia, nuestro pecado ha sido removido en Su gracia… ¿qué podemos perder? ¿qué podemos ganar? Dios es digno de que demos todo por Él. Como dijo el pastor John Piper en una oportunidad: «Lo peor que nos puede pasar en esta vida es lo mejor que nos puede pasar», haciendo alusión a que la muerte nos lleva directo a los brazos de nuestro Salvador. Miremos nuestra vida, meditemos en nuestro corazón estas cosas.
¿Me regalas un párrafo más? Lee conmigo esto detenidamente: “Por tanto, puesto que tenemos en derredor nuestro tan gran nube de testigos, despojémonos también de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo puesto delante de El soportó la cruz, menospreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios. Considerad, pues, a aquel que soportó tal hostilidad de los pecadores contra sí mismo, para que no os canséis ni os desaniméis en vuestro corazón” (Hebreos 12:1-3)
Jesús vivió exclusivamente para cumplir la obra que el Padre le había encomendado y pudo decir, en el momento final en la cruz: “¡Consumado es!” (Juan 19:30). Nosotros debemos vivir de tal manera que seamos sal y luz al mundo que nos rodea (Mateo 5:13-16). Mostrando que somos extranjeros y peregrinos (1 Pedro 2:11), que nuestra ciudadanía está en los cielos de donde esperamos a nuestro Salvador (Filipenses 3:20), que ya no vivimos para nosotros mismos (Romanos 14:7), que no amamos al mundo y sus deseos (1 Juan 2:15-16), y que hemos dispuesto proseguir hacia la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús (Filipenses 3:13-14).
Oremos y pidámosle a nuestro Padre Eterno, que nos santifique… cueste lo que cueste. Para que podamos vivir el resto de nuestros días, ya sea que se nos concedan dos años o cincuenta, únicamente para Su gloria.
“Sólo una vida, pronto pasará, sólo lo que se hace para Cristo durará”, CT Studd.