Acán: La confesión del corazón no arrepentido

“Y Acán respondió a Josué: «En verdad he pecado contra el SEÑOR, Dios de Israel, y esto es lo que he hecho” (Josué 7:20; NBLA).

¿Es la confesión sinónimo de arrepentimiento?

Hay personas que confiesan porque no tienen alternativa. Han sido expuestas de alguna manera y no pueden seguir tapando el sol con la mano, por lo que acceden a confesar su pecado. Pero, aunque hayan confesado, no se han arrepentido realmente; solo han sido descubiertas.

Acán había pecado desobedeciendo a Dios al tomar parte del botín de la conquista de Jericó, pese a que el mandato era no quedarse con nada. Tanto él como su familia eran cómplices al no revelar su pecado. Habían logrado ocultar temporalmente el pecado a los hombres, pero es imposible engañar a Dios.

No se dejen engañar, de Dios nadie se burla; pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará (Gálatas 6:7, NBLA).

¿Crees que puedes ocultar algún pecado de Dios? ¿Hay acaso un lugar en todo el universo donde su ojo no pueda ver? Acán lo experimentó para su propia desgracia. Dios llamó a todo el pueblo a Su presencia para exponer al culpable, y, a pesar de cada oportunidad que tuvo en ese proceso, Acán no manifestó el mínimo deseo de arrepentirse.

Finalmente, confesó. Dios lo señaló directamente delante de todo el pueblo y no le quedó otra que confesar. Pero no clamó por perdón, ni por misericordia o compasión. Simplemente confesó: “Fui yo, pequé contra el SEÑOR”. No expresó dolor alguno por su pecado, solo confesó.

La confesión de Acán nos sirve de ejemplo. Se puede confesar sin arrepentimiento, sin un quebrantamiento de corazón. Como Saúl dijo: “He pecado; he quebrantado el mandamiento del SEÑOR y tus palabras, porque tuve miedo del pueblo y les hice caso” (1 Sam. 15:24-25). O como Judas Iscariote dijo: «He pecado entregando sangre inocente» (Mateo 27:4). Pero ninguno se arrepintió.

Además, el final de Acán también nos da una enseñanza: donde no hay arrepentimiento de corazón, no hay perdón de pecado y no hay salvación. Acán terminó siendo apedreado y quemado, Saúl terminó quitándose la vida con su propia espada y Judas colgándose de un árbol.

Jesús nos ofrece un perdón tan abundante que no importa qué pecado hayamos cometido. A diferencia de Acán, Saúl o Judas, podemos venir a Él con corazones verdaderamente quebrantados, reconociendo nuestro pecado y dependiendo de Su gracia para recibir el perdón (1 Juan 1:9).

Señor, que hoy pueda mirar estos ejemplos y examinar mi corazón. ¿Estoy arrepintiéndome de mi pecado? ¿Estoy ocultando algún pecado de Dios? ¿Es mi confesión producto de un corazón quebrantado? Que pueda experimentar un genuino dolor por el pecado y recordar una vez más el perdón del evangelio de la gracia de Cristo. Amén.

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Enrique Oriolo
Enrique Oriolo

Un gran pecador con un gran Salvador. Esposo de Tamara, papá de Luz, Paz y Sarah. Misionero y Pastor de la Iglesia Bíblica de Avellaneda.

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