“Y el Señor dijo a Moisés: “¿Hasta cuándo Me desdeñará este pueblo? ¿Y hasta cuándo no creerán en Mí a pesar de todas las señales que he hecho en medio de ellos?”, Números 14:11.
Todos hemos oído el famoso cliché “ver para creer”, y es que en el mundo en que vivimos el naturalismo es una moneda corriente. Este movimiento filosófico plantea que la única “certeza” que tenemos es sobre aquello que podemos ver y tocar, que no existe algo más allá de la naturaleza y que todo se explica naturalmente. Por ende, la idea de religiones, dioses y revelaciones divinas, está relegado al campo de lo supersticioso. No existe en verdad.
Esta es la filosofía de muchísimas personas que nos rodean hoy. Pero no es algo nuevo. El hombre ha tenido la tendencia hacia el pecado desde la caída de Adán y Eva. La incredulidad puede tomar forma de naturalismo, pero sigue siendo condenable delante del Único Dios.
El pueblo de Israel vivía en períodos de incredulidad, dudaban de lo que Dios les había prometido. Una promesa es algo que no puedes ver o tocar. Aquel que recibe la promesa debe depositar la confianza en aquel que promete y esperar su cumplimiento.
Dios envió un anciano pastor de ovejas, a decirle al Faraón de Egipto que dejara libre a Su pueblo. Por supuesto, más de un israelita se habrá reído en las narices de Moisés al oír la promesa de Dios se liberarlos de la esclavitud con gran poder y señales. El libro de Éxodo nos narra los prodigios y señales maravillosas que Dios obró delante de todo ojo en Egipto para libertar a Su pueblo de la esclavitud.
Los israelitas comenzaron su nueva vida fuera de la esclavitud de Egipto con la guía del Señor, y no pasaron muchos días hasta que comenzaran a dudar nuevamente de las promesas de Dios. Pensaron que morirían de hambre en el desierto, y el Señor en su bondad les envió el pan del cielo, el maná, para ser sustentados. ¡Señales que nunca se habían hecho antes en la humanidad! ¡Habían visto maravillas con sus ojos! Y en vez de guiarlos a creer más, el pecado en su corazón los guiaba a la incredulidad. Su falta de confianza en el Señor. Su incredulidad.
El Señor pide a Moisés enviar 12 espías a reconocer la tierra que Él había prometido a Israel. Ellos regresan con pruebas de la abundancia de la tierra, Josué y Caleb dieron ánimo al pueblo sobre cómo de la mano de Dios conquistarían esta tierra que mana leche y miel. Pero diez de los espías regresaron con miedo e incredulidad de que Dios fuera capaz de darle esa tierra debido a los enemigos que moraban allí.
Otra vez vemos la incredulidad brotar de los corazones de los hombres, ellos habían visto todas las maravillas que Dios había prometido realizarse. Ellos habían visto que la tierra era como Dios les dijo en gran abundancia. Ellos habían visto pero no habían creído. Josué y Caleb creyeron antes de ver. Y al continuar la lectura de Números, vemos que Dios castigó la incredulidad y que Josué y Caleb fueron recompensados con la promesa de Dios de que poseerían la tierra prometida.
No tengo duda de que el corazón de los cristianos tiene un remanente de pecado como claramente se enseña en el libro de Romanos (capítulo 7), este remanente batalla diariamente, hora tras hora, contra las promesas de Dios. Vimos promesas cumplirse en el Antiguo Testamento, las vimos en el Nuevo Testamento, las vimos en nuestra propia vida ¡Y aun así caemos en la incredulidad muchas veces! Debemos batallar ferozmente para poner nuestra confianza no en lo que vemos sino en las promesas de Dios. Las promesas de Dios deben convertirse en castillos donde nos escondamos de las circunstancias. Son ellas, las promesas, las que nos guían y fortalecen en cada etapa de la vida. Confiar en la Palabra de Dios es confiar en la persona de Dios mismo. Jesucristo es llamado el Verbo, la Palabra de Dios.
No importa cuál sea la circunstancia que ven nuestros ojos, si Dios ha prometido algo diferente a lo que estamos viendo, no tengamos duda alguna en nuestro corazón que Él lo hará. Señales suficientes tenemos de Su fidelidad. Pongamos nuestra fe en acción y aferrémonos a las palabras y promesas de Dios como la única lámpara que puede alumbrar nuestro siguiente paso.