“¿Qué es, pues, Apolos? ¿Y qué es Pablo? Servidores mediante los cuales ustedes han creído, según el Señor dio oportunidad a cada uno. Yo planté, Apolos regó, pero Dios ha dado el crecimiento. Así que ni el que planta ni el que riega es algo, sino Dios, que da el crecimiento. Ahora bien, el que planta y el que riega son una misma cosa, pero cada uno recibirá su propia recompensa conforme a su propio trabajo. Porque nosotros somos colaboradores en la labor de Dios, y ustedes son el campo de cultivo de Dios, el edificio de Dios.” (1 Corintios 3:5–9, NBLA)
Si pudieras elegir un lugar en un partido de fútbol de Messi, ¿dónde elegirías? Probablemente lo más cerca posible del campo, donde pudieras ver todo lo que Messi hace con el balón y cómo gana el partido con su equipo. Sería una maravillosa oportunidad para presenciar de primera mano lo que Messi es capaz de hacer. La belleza de su obra.
Déjame preguntarte, ¿qué lugar elegirías en la obra de Dios? Más precisamente, ¿qué lugar te ha dado por gracia Dios en Su obra? ¿No es un lugar único y privilegiado? ¿No es un lugar donde puedes ver todo lo que Dios hace entre su pueblo? Es una maravillosa oportunidad para ver de primera mano lo que Dios es capaz de hacer. La belleza de su obra.
Pablo entendió ese lugar de privilegio que tanto él como Apolos tenían. ¡Podían ver de cerca y en primera mano todo lo que Dios estaba haciendo en su pueblo! Es cierto que en el contexto, Pablo está enseñando a la iglesia a no tener favoritismos ni divisiones. Pero, ¿no es valiosa la comprensión de su lugar por parte de Pablo?
En un campo sembrado, los trabajadores deben laborar con esfuerzo y sacrificio; algunos plantan, otros riegan, otros cosechan… pero no son capaces de producir el crecimiento. Se les ha dado un lugar donde pueden ver de primera mano todo lo que sucede, pero no son ellos quienes lo producen. ¡Dios es quien da el crecimiento a su campo! Algunos plantan, otros riegan… tienen la maravillosa oportunidad de ver obrar a Dios. Pero entienden su lugar; son siervos, colaboradores en la obra de Dios. La obra más hermosa es la que Dios está haciendo.
Hermanos, Dios está llevando a cabo una misión en el mundo. Dios está llamando a su pueblo a través de la predicación del evangelio, ya sea en contextos de paz o de persecución. Dios está haciendo crecer a su pueblo a imagen de su Hijo… y sí, es cierto, Él usa siervos, Él usa instrumentos, nosotros somos esos instrumentos. Pero nosotros no producimos el crecimiento, no producimos la vida, no producimos la santidad, no producimos la obediencia, Dios lo produce.
¿Necesita Dios de nosotros? No. Pero Él desea que trabajemos con Él en su misión de redención. Él nos ama. Somos colaboradores en la obra de Dios. Esto nos humilla; no somos Messi, no producimos nada… pero ¿no nos da Él por gracia un lugar único? ¿Qué lugar elegirías en el campo de Dios? ¿No es único el lugar que tenemos? Nuestros ojos ven entrar el evangelio en los corazones de las personas, vemos al evangelio traer esperanza y crecimiento a las personas, vemos cómo Dios lleva a cabo una obra sobrenatural de restauración en su pueblo. Y tenemos asientos en primera fila para verlo. Tenemos un hermoso lugar para verlo.
Por supuesto, en esta obra de plantar y regar, nos cansamos y nos agotamos. A veces profundamente agotados. Pero a Dios no solo le interesa nuestra obra, sino mucho más en nosotros, sus colaboradores. Necesitamos que Él nos dé crecimiento, necesitamos su hermosa obra en nuestros corazones. Jesús nos llama a venir a Él si estamos cansados, para encontrar descanso en Él. ¡Qué gracia nos ha dado Dios! Hermanos, nunca olvidemos el lugar de privilegio y alegría que Dios nos ha dado. Tenemos asientos en primera fila para ver la misión de Dios siendo llevada a cabo entre nosotros, a través de nosotros y, lo más importante, en nuestros propios corazones para su gloria. Que nuestro trabajo en el campo de Dios nunca nos distraiga de ver la belleza de Dios obrando ante nosotros. Y más importante, que nunca nos distraiga de ver la belleza de su rostro.