Hay un pensamiento que me mantiene asombrado en la navidad, la verdadera. Pensaba en ese pesebre, con olor a animales, sucio, que era el primer rechazo para el Mesías, ese pesebre, que contempló la revelación del misterio que había sido oculto durante siglos y generaciones. Y en el vientre de una virgen israelita, una joven llamada María, donde crecía día tras día el Verbo de Vida, donde el Padre de todas las luces había escogido que fuera la concepción que se narra en el evangelio de Juan: «Y el Verbo se hizo carne…». ¿No te estremece se asombro pensar tales cosas?
Pensaba en el niño que nacía esa noche, al que los pastores adoraron y los cielos se regocijaban de su alumbramiento. Ese mismo niño es del que Pablo diría: «El es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en El fueron creadas todas las cosas, tanto en los cielos como en la tierra, visibles e invisibles; ya sean tronos o dominios o poderes o autoridades; todo ha sido creado por medio de El y para El. Y El es antes de todas las cosas, y en El todas las cosas permanecen». Nadie puede decir que en Belén nació un niño cualquiera, ese niño era del que se narra que… «En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. El estaba en el principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de El, y sin El nada de lo que ha sido hecho, fue hecho».
El creador ingresa a su creación. Aquel que diseñó la concepción y cómo el embrión crecería nueve meses hasta el alumbramiento, ahora vivía en carne propia su diseño. El Verbo creador del universo, La Palabra de Dios por excelencia, El Ser atemporal y espiritual, se volvía parte del tiempo y de la materia, asumía la naturaleza humana para jamás dejarla. La historia de todo lo creado fue dividida entre antes y después del día en que Él nació como hombre. ¿No es maravilloso meditar en esto?
La señal del profeta Isaías se cumplió (Isaías 7:14), la virgen concibió y Emmanuel nació. Dios con nosotros. Cristo habitó entre nosotros, para que nosotros podamos morar en Cristo. Él nació para morir, Él vivió para morir por los pecadores. ¿Recordamos el pesebre? ¡Recordemos el sepulcro donde José de Arimatea puso a Jesús! ¿Recordamos el alumbramiento del niño de Belén? ¡Recordemos la piedra removida de la tumba del Hijo de Dios! ¿Recordamos a los pastores adorándole? ¡Recordemos a Tomás cayendo ante Él y diciéndole: «Señor mío y Dios mío»!
La navidad es la buena noticia del evangelio, donde el pueblo que moraba en tinieblas vio gran luz, donde todos aquellos que creen en Cristo para la salvación reciben ese maravilloso regalo. Pedro resume el maravilloso acontecimiento que comenzó en Belén pero culminó en el Gólgota: «pues vosotros en otro tiempo no erais pueblo, pero ahora sois el pueblo de Dios; no habíais recibido misericordia, pero ahora habéis recibido misericordia».
¡Damos gloria al único digno por el maravilloso regalo de la salvación!