Ningún bien tengo fuera de Ti

«Yo dije al Señor: Tú eres mi Señor; ningún bien tengo fuera de ti»

(Salmo 16:2)

Nadie posee realmente un bien. Aunque pienses que posees algo (tu casa, tu auto o tu celular), nada de eso es realmente tuyo. Déjame explicarte: alguien que entiende la vida debajo del sol, entiende que nada ha traído a este mundo, ni nada se llevará de él (1 Tim. 6:7). Todo lo que «tenemos» ahora es a modo de administradores y mayordomos temporales. Moriremos y nada de eso se irá con nosotros. Entonces, ¿Hay algo que podamos poseer en verdad? Nada. Porque todo le pertenece al Señor que lo creó y es suyo (Sal. 24:1). Por lo tanto, eso nos deja con nuestras manos vacías.

Pero sí existe un bien que podemos «poseer». Y curiosamente, eso ocurre cuando somos poseídos por Él. Ese bien es Dios. Cuando le pertenecemos, de cierta manera, Él nos pertenece, porque permanecemos en Él y Él permanece en nosotros por medio de Su Espíritu (1 Jn. 4:12-16). Entramos a este mundo sin Él, por causa del pecado en nosotros (Ro. 3:23). Pero en el momento que nos salvó por su misericordia (Tito 3:5) y fuimos reconciliados por la muerte de Su Hijo (Ro. 5:10), entonces vinimos a estar en Él y Él en nosotros. Y eso es algo que jamás nadie puede quitarnos (Jn. 10:29), ni nadie puede separarnos de su amor (Ro. 8:38-39).

Por lo tanto, ¿qué bien tienes? Ninguno. ¿Qué bien puedes obtener en Dios? El más preciado bien. Porque al mirar el bien que es Dios, y una relación con Él por medio de Su Hijo, todos los demás bienes que existen parecen insignificantes. «Te daré para tu posesión todas las estrellas que brillan en el firmamento» –– alguien pudiera ofrecernos. Pero sin duda alguna lo despreciaríamos. ¿Qué son las estrellas, aunque sean imponentes soles, al lado de Aquel que las creó sin esfuerzo alguno? ¿Qué cosas puede osar el mundo ofrecernos que se pueda comparar al valor de Dios?

Nos uniríamos al apóstol Pablo al decir: «Pero todo lo que para mí era ganancia, lo he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y aún más, yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por Él lo he perdido todo, y lo considero como basura a fin de ganar a Cristo…» (Fil 3:7-8).

¿Leíste? «Incomparable valor de conocer a Cristo, mi Señor». Hasta que Cristo no te parezca de incomparable valor, tu corazón seguirá corriendo tras los bienes de este mundo. Y por causa de nuestro pecado esa será nuestra inclinación y nuestra batalla de cada día. Tendríamos que decirnos a nosotros mismos al amanecer: «Alma mía, no caigas hoy en el engaño del pecado, no creas que esas piedras sucias que el mundo ofrece son de oro. El oro verdadero es Cristo y este crucificado por tus pecados en la cruz. Él es el verdadero tesoro y el verdadero bien. ¡Mira a Cristo, atesora a Cristo!». Cuando encontramos la perla de gran precio, todas las cosas son una pérdida en comparación.

Que el Señor nos ayude a pelear esta buena batalla por estimarle como el tesoro más preciado que existe. Que en su gracia nos conceda mirar a Cristo cada mañana por la fe, y regocijarnos como Pablo en «ser hallado[s] en Él, no teniendo [nuestra] propia justicia derivada de la ley, sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios sobre la base de la fe» (Fil. 3:9).

«¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra»

(Salmo 73:25)
Si te ha gustado, comparte con otros:
Enrique Oriolo
Enrique Oriolo

Un gran pecador con un gran Salvador. Esposo de Tamara, papá de Luz, Paz y Sarah. Misionero y Pastor de la Iglesia Bíblica de Avellaneda.

0 Comentarios
Oldest
Newest
Inline Feedbacks
View all comments