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Hay un momento en particular que hace que el cielo estalle de gozo y que los ángeles de Dios se regocijen grandemente. Jesús nos dice que eso sucede cuando un solo pecador se arrepiente. El arrepentimiento genuino de un pecador alegra los cielos, ¡que maravilloso pensar en la importancia que Dios le da al arrepentimiento!
En la parábola del hijo pródigo (aunque en realidad deberíamos llamar la parábola del padre pródigo), se nos muestra en primera persona cómo luce un arrepentimiento genuino que trae gozo hasta Dios mismo, pero que hace enojar a aquellos que se creen justos ante Él.
El hijo menor desprecia a su padre y le pide, aún él viviendo, que le dé la parte de su herencia que le corresponde. Básicamente, el hijo está queriendo saltarse la espera, dar a su padre por muerto, y tomar el dinero que le sería dado como herencia. ¡Que triste sería para un padre que su hijo le hiciera tal pedido! Es como decir: “Padre, nuestra relación no significa nada para mí, más bien, sería mejor que estuvieras muerto de tal manera que yo podría gozar de la parte de la herencia que me toca”. No imagino el dolor que habría en el corazón de ese padre, pero de una manera impensada, el padre le concede su pedido y le da el dinero. El hijo se va. Malgasta todo el dinero del padre. Un gran hambre viene a la tierra. Termina trabajando con los cerdos en el campo (algo inmundo para los judíos) y aún quisiera llenarse la panza de las algarrobas que comen los cerdos pero no le dan.
¡Qué contraste vemos! Mientras el hijo está en la casa de su padre nada le falta, tiene abundancia de alimento, vestidos, protección, amor, y toda cosa buena. Pero él despreció a su padre y quiso encontrar lejos de su padre, dándolo por muerto, el regocijo en los bienes de este mundo presente. Entregándose, como dice el apóstol Juan, a “la pasión de la carne, la pasión de los ojos, y la arrogancia de la vida” (1 Jn. 2:16), cosas que no provienen del Padre y que son del mundo, y con el mundo pasan.
El Catecismo de Spurgeon pregunta: “¿Cuál es la finalidad principal del hombre? La finalidad principal del hombre es glorificar a Dios y disfrutar de Él para siempre (1 Cor. 10:31; Salmo 73:25-26)”.
¡Para eso fuimos creados todos los seres humanos! Para poder llenar nuestro corazón del disfrute por Dios y glorificarle en todo lo que hacemos. El hijo había rechazado disfrutar de su relación con el padre, y quería encontrar en un “país lejano” y “viviendo perdidamente” el gozo y el disfrute que allí no había.
Todos los hombres y mujeres de este mundo nacemos por naturaleza lejos de Dios, y por causa de no conocer a Dios vivimos perdídamente. Si miramos el contexto de Lucas 15:11-32, Jesús está relatando tres parábolas delante de los pecadores y de los fariseos, sobre el gozo y la alegría que producen en el cielo cuando los pecadores se arrepienten. Había muchos pecadores volviéndose a Dios por causa del ministerio de Jesús y los fariseos estaban frustrados por verlo juntarse con estos “pecadores”, en lugar de alegrarse por su arrepentimiento. Lo cierto era que estos fariseos no conocían en verdad a Dios, solo eran justos a sus propios ojos. Como el hermano mayor de la parábola.
¿Cómo comienza el arrepentimiento?
Volviendo en sí
“Entonces, volviendo en sí…” ¡Eureka! Es recuperando la conciencia y la perspectiva real de lo que está sucediendo, el hijo “volviendo en sí”, se dio cuenta, se abrieron sus ojos a su realidad, se cayeron las vendas, y se dio cuenta de su pecado y las consecuencias del mismo. Es ahí donde comienza el camino de regreso, cuando nos damos cuenta que estamos yendo en la dirección contraria. Es cuando la brújula que estaba dañada al fin marca el norte, y nosotros estamos yendo en la dirección contraria, lo entendemos, vemos la gravedad del asunto y nos disponemos a hacer algo.
Volviendo al Padre
“Entonces, volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos de los trabajadores de mi padre tienen pan de sobra, pero yo aquí perezco de hambre!” ¿No te dan ganas de saltar de alegría cuando vemos cómo el hijo se da cuenta de su condición y de lo que estaba perdiendo? Como decimos en mi país: “le cayó la ficha”. Es ahí que el joven entiende la bendición que había despreciado, incluso los trabajadores de su padre tienen abundancia de pan, ¡cuánto más los hijos! Y él por despreciar a su padre se hallaba lejos, sin dinero, junto a los cerdos, y aún sin poder comer de esa inmundicia. Pero cerca de su padre las cosas son completamente distintas. Es allí donde pertenezco, es allí donde puedo encontrar un amparo de hijo, un cuidado de un padre, una provisión del padre, un amor sin igual.
Caminando en la dirección correcta
“Me levantaré e iré a mi padre” Es ahí donde el arrepentimiento empieza a verse como verdadero. Cuando no es solo una aceptación del mal cometido, cuando no queda solo en el sentimiento de dolor por lo que uno ha perdido al cometer pecado. Sino que es la determinación a ir en la dirección contraria. La palabra que se usa normalmente para arrepentimiento en griego es metanoia y literalmente significa un cambio de mente y de actitud hacia el pecado. Imagínate por un segundo que el hijo reconociera el mal que obró, reconociera su pésima condición, pero decidiera robar para perpetuar su vida ilícita. Eso no sería arrepentimiento. Sino que el arrepentimiento genuino cambia la situación. Ya no me quedaré con los cerdos… “me levantaré, e iré a mi padre”.
Confesando el pecado
“Padre, he pecado contra el cielo y ante ti” La confesión es ponernos con Dios en la misma página. Es decir lo mismo que Dios con respecto a mis actos, es llamar a lo malo: malo; y a lo bueno: bueno. El hijo se había determinado confesar su pecado a su padre, y reconocer que había pecado contra Dios y contra él. No ocultarlo, sino confesarlo.
Asumiendo las consecuencias
“Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; hazme como uno de tus trabajadores” El pecado tiene consecuencias, y no siempre seremos librados de ellas. Muchos pecados son tan graves que nos marcarán por el resto de nuestras vidas, y tendremos consecuencias que no podremos remover. Más allá de que Dios pueda perdonarnos completamente, él no siempre removerá las consecuencias de nuestro pecado. Este hijo estaba dispuesto a asumir las consecuencias de su pecado ante su padre. Era preferible ser tratado como un trabajador en la casa de su padre, que continuar viviendo lejos de él.
Un padre lleno de gracia
“Y levantándose, fue a su padre. Y cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y sintió compasión por él, y corrió, se echó sobre su cuello y lo besó… el padre dijo a sus siervos: Pronto, traed la mejor ropa y vestidlo, y poned un anillo en su mano y sandalias en los pies; y traed el becerro engordado, matadlo, y comamos y regocijémonos; porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado. Y comenzaron a regocijarse”
¡Que inesperada bienvenida! ¿Qué esperamos cuando llegamos sucios, pecadores, inmerecedores, indignos, ante Dios Padre? Pero no es el hijo el que da el primer paso de reconciliación, es el padre, quien lo ve de lejos, se mueven sus entrañas en compasión y amor, sale de su casa, y empieza a correr por el camino lleno de tierra, a ensuciarse, a levantar su vestido para correr más fuerte, se echa sobre su hijo sucio y maloliente, lo abraza y comienza a besarlo. ¡Que maravilloso es el amor del Padre! Es Él quien se hizo hombre y descendió a nuestro suelo de tierra, a humillarse entre las criaturas, a humillarse haciéndose siervo, e ir hasta la muerte llena de vergüenza en una cruz, para que los pecadores podamos volver en sí e ir a nuestro padre, y que él pueda recibirnos con semejante amor.
El perdón de nuestros pecados fue posible por la humillación de Dios mismo en la cruz, por su muerte sustituta y su perfecta obediencia a nuestra cuenta. Jesús nos dio su justicia perfecta. Nos dio dignidad de hijos, aprobación del padre. Nos puso “la mejor ropa”, y “anillo” en nuestras manos, y “sandalias” en nuestros pies. ¡Oh, que bendita justicia nos dio Cristo en esa cruz! ¡Que glorioso intercambio!
La realidad es que ninguno puede venir al Padre si no viene a través de Cristo, es allí que somos limpiados y hechos justos, para así recibir el derecho de ser llamados hijos. El principal protagonista de esta historia es el padre, el padre pródigo, pródigo de amor y gracia. Lleno de compasión por el hijo sucio e indigno, y a quién salva por medio de llevar en sí mismo la vergüenza. De tal manera que cuando el hijo llega a casa, los cielos estallan de alegría y gozo. El pecador se ha arrepentido. El Padre ha recibido un nuevo hijo en casa. ¡Gloria a Dios por su salvación!
Preguntas de reflexión:
- ¿Qué es el arrepentimiento y qué pasos tiene?
- En lo personal, ¿estoy experimentando verdadero arrepentimiento de mi pecado? ¿me vuelvo a la dirección contraria a mi pecado?
- ¿Qué obtenemos de los deleites del mundo presente y qué obtenemos de una relación de amor con el Padre? ¿Cómo se diferencian el uno del otro en cuanto a su duración? (ver 1 Jn 2:15-17)
- ¿Cómo es que Dios ha cargado sobre sí «la vergüenza» por nuestras acciones? ¿cómo se humilló? (ver Fil. 2:5-11)
- ¿De qué manera podemos ver el amor del padre en esta parábola?