Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre compraste para Dios a gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación. Y los has hecho un reino y sacerdotes para nuestro Dios; y reinarán sobre la tierra.
Apocalípsis 5:9-10
En este versículo vemos cómo el Cordero es alabado por los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos que están delante del trono, a su vez, hay millares y millares de ángeles que lo cantan junto con ellos acerca de la dignidad del Cordero en abrir los sellos del libro. ¿La razón? porque Él fue inmolado, y con su sangre compro para Dios un pueblo, e hizo de ellos un reino, y sacerdotes para Dios.
Es el concepto de redención que aparece en este texto. Se menciona el sacrificio (“tú fuiste inmolado»), la sangre y la compra de un pueblo. Esto nos recuerda a la redención que Dios efectuó en el libro del Éxodo, cuando redimió a los israelitas y los liberó de la esclavitud de Faraón. Por sobre todo, nos apunta a la cruz del calvario, donde el definitivo y último Cordero fue sacrificado, ya no por hombres, sino por Dios mismo como el cordero que Dios presentó a sí mismo para expiar el pecado de su pueblo. Es allí, por medio de la redención que Dios adquiere este pueblo para sí, conformado por personas de todo tiempo, lengua, pueblo, y nación.
El nombre que se utiliza para referirse a la Segunda Persona de la Trinidad no es el Hijo de Dios, ni el Hijo del Hombre, ni siquiera Cristo, sino que es “Cordero”. Este es un título referente a su carácter redentor, es el cordero inocente el que es entregado por el culpable a modo de expiación, para cubrir su pecado. Dios el Hijo es exaltado en el cielo por causa de su humillación suprema, como dice Filipenses 2:6-8: «el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Esa es la humillación del Hijo de Dios, al tomar el lugar del cordero que es inmolado por el pecador.
Pero es a través de su humillación que el Cordero de Dios triunfa sobre el pecado y la muerte, una vez y para siempre. Es a través de la obediencia hasta la muerte en maldición que Dios el Hijo adquiere los méritos para redimir un pueblo. Es su sangre única y preciosa que paga el pecado de sus enemigos. Y es allí en la cruz que Él recibe la ira de Dios en nuestro lugar. Pablo continúa diciendo en Filipenses el resultado de su humillación: «Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo” (2:9).
Lo que vemos en Apocalípsis 5 es el cumplimiento de esa verdad, es toda la creación, tanto en los cielos como en la tierra, quien alabará al Cordero por causa de su obra redentora en la cruz. Un sacrificio predeterminado y planificado desde antes de la fundación del mundo, no movido por la bondad de los hombres, sino todo lo contrario, es el amor y la gracia de Dios que son exaltados al salvar por medio de su sacrificio a quienes eran por naturaleza hijos de ira, enemigos de Dios.
¡Cuántas razones tenemos para adorar a Dios!