Recuerdo que cuando era niño nos hacían tener miedo de alguien llamado “El Cuco”. Era un monstruo imaginario que vendría si no te dormías rápido en la noche. Normalmente, los niños no quieren dormirse sin dar batalla para quedarse despiertos más tiempo, pero la historia de “El Cuco” daba por algún tiempo el suficiente miedo para que los niños trataran de dormirse lo más rápido posible. Por cierto, ¿quién quisiera dormir sabiendo que un monstruo podría llegar? Yo no quisiera. Pero la buena noticia es que «El Cuco” no existía y no existe. Una vez que sabemos que no existe ya no hay por qué tener miedo, ¿verdad?
Cuando hablamos de algo como el castigo de Dios, necesitamos saber de qué estamos hablando y si eso en realidad existe o no. Y para saberlo tenemos que ir al lugar donde está la verdad: La Palabra de Dios. Veamos que dice la Biblia, empezando por el principio:
La Biblia enseña que Dios creó todas las cosas (Gn 1-2). Y que cuando acabó de hacerlo vio que todo era bueno en gran manera (Gn 1:31). También enseña que el hombre fue hecho a la imagen de Dios y con la misión de gobernar toda la creación, cuidarla, multiplicarse, y vivir para la gloria de Dios, mostrando siempre que Dios es lo más maravilloso para él.
El primer hombre y la primer mujer recibieron de Dios un mandato. Ellos podían disfrutar y comer de todos los frutos y plantas que había en el huerto pero no podían comer de un árbol en especial: el árbol del conocimiento del bien y del mal. La advertencia era clara: el día que de él coman, morirán. Y ellos comieron. Y ellos murieron. Ya no podrían vivir para siempre y ahora estaban separados de Dios. Habían desobedecido a Dios.
Así como un ladrón que roba algo que no es suyo tiene que ir a la cárcel. Así Dios preparó un lugar para todos aquellos que vivan separados de él y haciendo lo malo. El castigo de Dios es para todos aquellos que se han desviado del propósito por el cual fueron creados, que era obedecer a Dios y vivir para su gloria. La Biblia llama a estas personas pecadores. Y todos somos pecadores (Ro 3:23).
Si todos somos pecadores entonces todos tenemos que recibir el castigo de Dios. Esto es muy importante que lo aceptemos: somos pecadores desde el día en que nacimos, y merecemos el castigo de Dios por eso. Esa es, tristemente, una mala noticia.
Pero la buena noticia que Dios nos quiere dar es que Él pensó desde antes de crear el mundo, un camino para salvarnos de ese castigo. ¿Cómo? Dios envió a su Hijo (que también es Dios) al mundo como un hombre, y como hombre hizo lo que el primer hombre no hizo: obedecer perfectamente a Dios y vivir para su gloria.
Entonces, cuando este hombre creció y comenzó a enseñar que Dios lo envió para salvarnos, lo mataron. Y lo mataron en una cruz, que era el lugar donde se mataban a los más malvados pecadores. ¿Por qué? Porque Dios decidió que su Hijo sería un sustituto, alguien que hace algo en lugar de otro. Y en este caso, el Hijo de Dios recibiría el castigo de Dios en la cruz en lugar de otros. ¿Y por qué tendría que ser castigado el Hijo de Dios si no hizo nada malo? Él no desobedeció a Dios, no era un pecador como nosotros. Pero murió en la cruz como el peor de los pecadores, para que Él entonces pueda ser un sustituto para nosotros que sí somos pecadores. En la cruz se hace el intercambio: Él muere, nosotros vivimos. Él recibe el castigo de Dios por nosotros los pecadores, nosotros recibimos la bendición de Dios como si nunca hubiéramos pecado y cómo si hubiéramos vivido como el Hijo de Dios vivió. ¿Ves cómo es el intercambio de lugares? ¿Ves cómo es que Él fue nuestro sustituto?
Luego de morir, el Hijo de Dios fue puesto en una tumba y después de tres días Dios le dio vida nuevamente de una manera milagrosa. ¡Porque Él nunca pecó! Y porque Dios lo había aceptado como nuestro sustituto.
¿No quisieras que el Hijo de Dios sea tu sustituto? Lo que Dios pide de nosotros son dos cosas: Uno, que pongamos toda nuestra confianza en lo que hizo por nosotros, tomando nuestro lugar y recibiendo el castigo de Dios que nosotros merecíamos. Y dos, que reconozcamos que somos pecadores y que nos lamentemos de corazón por serlo, que amemos a Dios, que busquemos ser más como el Hijo de Dios y que nos alejemos de lo que la Biblia llama pecado.
Entonces, ¿debo tener miedo del castigo de Dios?
Si yo tengo una mochila pesada, tanto que no puedo caminar, y alguien que me ama toma esa mochila por mi en sus espaldas. ¿Sentiré todavía el peso de la mochila? ¡Claro que no! Ahora puedo caminar liviano sin preocuparme por ese peso.
De la misma manera, si nosotros confiamos verdaderamente en que el Hijo de Dios recibió el castigo de Dios en nuestro lugar, entonces ¿qué castigo queda para mí? Ninguno. Ya no hay más castigo disponible para mí. Y si no hay ningún castigo disponible, ya que el castigo de Dios que merecí por ser pecador lo recibió el Hijo de Dios en mi lugar en la cruz ¡ya no hay más castigo! Y si no hay más castigo para mí, ¿debo tener temor al castigo de Dios? ¡Para nada! ¿Por qué? Porque el amor tan grande que Dios me tuvo lo llevó a que el Hijo de Dios muriera por mi y recibiera mi castigo. Ahora yo debo vivir para Dios, obedeciendo y amándolo, no porque tengo temor al castigo de Dios, sino porque yo recibí el amor de Dios por medio del Hijo de Dios que murió por mí.
La Biblia lo dice así: “…el amor perfecto echa fuera el temor. El que teme espera el castigo, así que no ha sido perfeccionado en el amor”
1 Jn 4:18, NVI
¿Esperamos el castigo? La verdad es que si hemos recibido el amor de Dios, entonces no tenemos que tener temor del castigo de Dios, porque el Hijo de Dios lo recibió por mí. ¡Ya no hay más castigo! ¡Qué buena noticia! ¿Verdad?
Papá, mamá, si este artículo ha sido de bendición ¿por qué no lo compartes con tus hijos en la mesa o en algún momento de reunión familiar?