A. W. Tozer dijo: “Lo que nos viene a la mente cuando pensamos en Dios es lo más importante de nosotros…”.
¿Qué es lo que viene a nuestras mentes cuando pensamos en el ser de Dios? ¿Es un ser infinito y perfecto en todo lo que Él es? ¿Es un Dios sublime y majestuoso?
La Escritura nos muestra un Ser de una dimensión inescrutable para seres limitados y temporales como nosotros. Dios es algo que nosotros no somos. No entendemos algo eterno, porque somos finitos. No entendemos algo atemporal, porque somos temporales. No entendemos algo ilimitado, porque somos limitados. Es como explicarle a un microbio el majestuoso vuelo de un cóndor en las alturas de las montañas andinas. Es algo fuera de su alcance y comprensión.
Pero Dios en su inmensa condescendencia ha decidido revelarse, nos ha revelado en su palabra cómo es Él en un lenguaje adaptado para seres limitados y temporales. Dios es en esencia incomprensible a plenitud. Dios es perfecto en todos sus atributos, o perfecciones. Pero ha decidido revelarse a nosotros de una manera que podamos entender, como un neurocirujano que tratara de hacerle entender a un niño de 5 años que sucede en una cirugía cerebral. Eso, pero de una manera casi infinitamente mayor.
La Escritura exclama: “Muy limpios son Tus ojos para mirar el mal” (Habacuc 1:13, NBLA). Su santidad y perfección son tan sublimes que demandan que esté separado de todo lo impuro.
Su obra es toda perfecta: “¡La Roca! Su obra es perfecta, Porque todos Sus caminos son justos; Dios de fidelidad y sin injusticia, Justo y recto es Él.” (Deuteronomio 32:4, NBLA)
Su camino es todo perfecto: “En cuanto a Dios, Su camino es perfecto; Acrisolada es la palabra del SEÑOR; Él es escudo a todos los que a Él se acogen.” (2º Samuel 22:31, NBLA)
Razonemos nuevamente: ¿Cuán puro es lo puro en Dios? ¿Cuán perfecto es lo perfecto de Dios? ¿Cuán santo es lo santo de Dios? No encontramos palabras en nuestro lenguaje para describirlo. Dios es distinto a todo lo que podemos pensar al intentar compararlo. Dios es como Dios y nada hay que se le compare.
Ahora, si todo en Dios es perfecto y todas sus obras son perfectas. La Biblia es la obra de Dios, por lo tanto, la Biblia también es perfecta. La Biblia es obra del Espíritu de Dios por medio de santos hombres que fueron movidos a escribir lo que fue exhalado de Dios mismo, su aliento mismo. Esa es la palabra que usa Pablo para describir la inspiración en 2 Tim. 3:16 (gr. theopneustos). Ellos escribieron exactamente lo que Dios tuvo la intención de que escribieran sin violentar su personalidad, capacitación, estilos o circunstancias.
Alguno puede pensar: “¿cómo puede ser eso posible?”. A lo que podemos responder: “Bienvenido a tratar de entender el poder y la mente de Dios”.
“Pues, ¿QUIÉN HA CONOCIDO LA MENTE DEL SEÑOR? ¿O QUIÉN LLEGO A SER SU CONSEJERO?” (Romanos 11:34, NBLA)
Dios está por fuera de nuestros pensamientos sobre lo posible o lo imposible. Dios está por fuera del espacio-tiempo y los límites de nuestra razón.
Si nuestra razón determinara lo que es posible o no posible para Dios, entonces Él estuviera limitado al escrutinio y a la mente humana. Dios dejaría de ser Dios para ser nuestro ratón de laboratorio. Pero Dios es perfecto y sublime. No podemos comprender todas sus perfecciones. Solo aceptarlas y adorarle.
Eso no quiere decir que nuestra razón queda anulada, en lo más mínimo. Usamos nuestra razón para entender la revelación de Dios. El error del hombre ha sido usar la razón para subyugar la revelación. La Biblia ha tratado de ser quebrantada por siglos, y de todo ese humo ha salido sin ningún rasguño. Arqueológicamente, científicamente, moralmente, y todos los “mente” que se nos ocurran, solo han demostrado su veracidad.
Pero es en mi entender, que la veracidad, inerrancia e infalibilidad bíblica haya su raíz y se alimenta de la veracidad, inerrancia e infalibilidad de Dios mismo. Es una obra de Dios, y es inspirada por Dios. Si nosotros nos proponemos crear una segunda Biblia, tendría errores y contradicciones por doquier, porque nosotros somos así, imperfectos. Nuestras obras llevan la firma de nuestro carácter y pericia. Pero si la Biblia es realmente inspirada por Dios, solamente podemos rendirnos y someternos a ella como a Dios mismo. Ella representa su carácter y pericia. Dios es perfecto, su palabra lo es.
“La suma de Tu palabra es verdad, Y eterna cada una de Tus justas ordenanzas.” (Salmo 119:160, NBLA)
“La ley del SEÑOR es perfecta, que restaura el alma; El testimonio del SEÑOR es seguro, que hace sabio al sencillo. Los preceptos del SEÑOR son rectos, que alegran el corazón; El mandamiento del SEÑOR es puro, que alumbra los ojos. El temor del SEÑOR es limpio, que permanece para siempre; Los juicios del SEÑOR son verdaderos, todos ellos justos;” (Salmo 19:7–9, NBLA)
Podemos decir sin temor a equivocarnos que la Palabras de Dios es perfecta, inerrante (sin error), infalible (que es incapaz de cometer error o falta alguna) y toda ella verdadera. Y que no nos importe quien se ofende al escucharlo. ¿O acaso tememos ofender más a los hombres que a Dios? Finalmente, será ante Dios que seremos juzgados y no ante los ojos de los sabios de este mundo.
Jesús mismo, Dios hecho hombre, exaltó la Palabra de Dios cuando oró en el aposento alto por sus discípulos: “Santifícalos en la verdad; Tu palabra es verdad.” (Juan 17:17, NBLA). ¿O acaso iremos contra el testimonio del Hijo de Dios?
Como dijo Pablo en Romanos: ¡Sea Dios veraz y todo hombre mentiroso!
Una vez establecido el fundamento podemos edificar ahí. La siguiente pregunta sería: ¿qué significa esto para mi hoy y ahora?
Algunos puntos de aplicación:
- Significa que puedo confiar en todas las promesas de Dios. En especial en la promesa de que soy perdonado de mis pecados, de todos ellos, por la obra sustitutiva del Hijo de Dios en la cruz del calvario. ¿¡Qué sería de nosotros si no tuviéramos certeza de que ese testimonio es como las Escrituras declaran?! En cambio, podemos saber que el cielo y la tierra pasarán, que los gobiernos pasarán, que las monedas de los países pasarán, pero las promesas de Dios permanecerán para siempre.
- Significa que puedo entregar mi vida en la misión de Dios. Sabiendo que todas sus palabras son verdad, que un día este mundo presente dará lugar al estado eterno y disfrutaremos las glorias de estar con Dios por siempre. Y que por lo tanto, hoy es el día de sacrificarnos, esforzarnos y dar nuestras vidas en el servicio a Dios. Y tenemos la certeza bíblica, de que eso valdrá la pena eternamente.
- Significa también que no importa la prueba o dificultad que esté atravesando, Dios está conmigo. Eso no ha llegado a mi porque el diablo logró engañar a Dios. Puedo tener la seguridad de que en su soberanía, Dios ha enviado a mi cada cosa que estoy viviendo, y confiar que su Palabra me dice que todo lo que Dios permite es para mi bien, para hacerme más conforme a la imagen de su Hijo. Y que nada podrá jamás apartarme de su amor.
- Confiar en que la Palabra de Dios es perfecta me da la confianza en que, para mi día a día, puedo valerme de ella para mis decisiones y así no confiar en mi propia opinión. Puedo aconsejar a otros sin temor a guiarlos por un camino errado. Porque la santificación viene por la verdad de la Palabra de Dios.
¿Qué significaría para nuestros frágiles corazones tener una Biblia con errores, imperfecta y dudosa? Sería como caminar sobre un puente deteriorado donde no sabes si tu próximo paso estará firme o no. Sería un mar de confusión, ¿qué es verdad y qué no? ¿quién decide eso? Las implicaciones son nefastas. Pero bendito sea Dios, perfecto en todas sus obras, que nos dejó un testimonio perfectamente fiel.
“Deseables más que el oro; sí, más que mucho oro fino, Más dulces que la miel y que el destilar del panal.” (Salmo 19:10, NBLA)
“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las coyunturas y los tuétanos, y es poderosa para discernir los pensamientos y las intenciones del corazón. No hay cosa creada oculta a Su vista, sino que todas las cosas están al descubierto y desnudas ante los ojos de Aquel a quien tenemos que dar cuenta.” (Hebreos 4:12–13, NBLA)
Oremos.